¿Sabías qué?
Luego de escribir la nota anterior me encontré con esta otra reflexión acerca del respeto que deseo compartir contigo:
Respetar significa, en primer lugar, reconocer. Respetar a alguien quiere decir que reconozco que está ahí, que es como es y que es justo que sea como es. Eso implica que me respeto a mí mismo de igual modo: respeto que estoy aquí, que soy como soy y que es justo el hecho de ser como soy.
Si me respeto a mi mismo y respeto al otro en este sentido, renuncio a formarme una imagen de cómo deberíamos ser, tanto yo como el otro. Sin esa imagen previa no existe juicio sobre lo que sería mejor. Ninguna imagen preconcebida se interpone entre mí mismo y la realidad, tal y como ésta se manifiesta.
De esta manera, se facilita un segundo elemento, que también forma parte del respeto; amo lo real, en tanto es precisamente real. Esto significa sobre todo; me amo a mi mismo tal y como soy; amo al otro tal y como es; y amo la manera en que somos diferentes. Luego también es posible otro elemento, quizá el más bello; que también forma parte del respeto: me alegro de lo real tal como se manifiesta: Me alegro de las diferencias que existen entre los dos. Ese respeto guarda las distancias, no penetra en el otro y tampoco permite que el otro penetre en mí, que me imponga algo o que disponga de mí según su propia imagen.
Por eso podemos respetarnos sin pretender nada el uno del otro. Si nos necesitamos y pretendemos algo el uno del otro, aún tenemos que reparar en un cuarto aspecto: ¿nos fomentamos mutuamente o bloqueamos el desenvolvimiento de ambos? Si tenemos que reconocer que lo obstaculizamos, entonces el respeto no nos hará converger sino divergir. Por lo que debemos respetar que cada uno pueda y tenga que seguir su propio camino. De este modo, el amor y la alegría mutua más que menguar se profundizan. ¿Por qué? Porque el amor y la alegría son entonces como el respeto mutuos.
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