22 marzo, 2010

Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo

¿Sabías qué?



Viktor Emil Frankl (1905-1997), judío, neurólogo, psiquiatra, fundador de la Logoterapia, que es la versión original del moderno análisis existencial, sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en varios campos de concentración nazis, Auschwitz, Dachau y otros.

A partir de esa terrible experiencia, escribió El hombre en busca de sentido,  su obra más leída entre las más de 27  que publicó y que han sido traducidas a más de 21 idiomas.


En El hombre en busca de sentido, publicada en castellano por la Editorial Herder, undécima edición, año 1990, encontramos dos partes.

La primera se titula: Un psicólogo en un campo de concentración, en la que relata su propia y conmovedora experiencia. En la segunda parte, Conceptos básicos de la logoterapia, en la que él mismo nos presenta  una introducción a la ‘Logoterapia’ que, a mi entender, es mucho más que una Escuela Psicológica, para mí es una sublime doctrina y praxis de vida. Es mucho lo que podemos aprender de este gran maestro.



En esta nota, deseo contarte que a Frankl le gustaba citar un pensamiento de Federico Nietzsche (1844-1900):


“Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo.”


Lo que escribe a continuación nos ayudará a comprender el por qué le gustaba citar esta frase de Nietzsche y, especialmente, su propio legado:


Monólogo al amanecer

En otra ocasión estábamos cavando una trinchera. Amanecía en nuestro derredor, un amanecer gris. Gris era el cielo, y gris la nieve a la pálida luz del alba; grises los harapos que mal cubrían los cuerpos de los prisioneros y grises su rostros. Mientras trabajaba, hablaba quedamente a mi esposa o, quizás, estuviera debatiéndome por encontrar la razón de mis sufrimientos, de mi lenta agonía. En una última y violenta protesta contra lo inexorable de mi muerte inminente, sentí como si mi espíritu traspasara la melancolía que nos envolvía, me sentí trascender aquel mundo desesperado, insensato, y desde alguna parte escuché un victorioso ‘sí’ como contestación a mi pregunta sobre la existencia de una intencionalidad última. En aquel momento y en una franja lejana encendieron una luz, que se quedó allí fija en el horizonte como si alguien la hubiera pintado en medio del gris miserable de aquel amanecer en Baviera. ‘Et lux in tenebris lucet, y la luz brilló en medio de la oscuridad.’ Estuve muchas horas tajando el terreno helado. El guardián pasó junto a mí, insultándome y una vez más volví a conversar con mi amada. La sentía presente a mi lado, cada vez con más fuerza y tuve la sensación de que sería capaz de tocarla, de que si extendía mi mano cogería la suya. La sensación era terriblemente fuerte; ella estaba allí realmente. Y, entonces, en aquel mismo momento, un pájaro bajó volando y se posó justo frente a mí, sobre la tierra que había extraído de la zanja, y se me quedó mirando fijamente.” (Id. pp. 48-49).


Sin saber que a su esposa ya la habían asesinado, Frankl tenía un porqué para vivir, y encontró el cómo…




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