18 mayo, 2010

“El Monolito de Vigeland”

¿Sabías qué?

Adolf Gustav Vigeland (1869-1943), el más famoso escultor de Noruega, en 1921 accedió a donar toda su obra a la ciudad de Oslo, la capital de este país.
El Parque de Esculturas Frogner, uno de los más grandes de esta ciudad, tiene en su interior el llamado “Parque Vigeland” porque contiene 214 esculturas de él y un museo con otras obras de este gran artista.



Una de sus más notables esculturas es el llamado “El Monolito de Vigeland”



Un estudioso del artista, Carlos D'Ors H.,  nos dice:

El monolito es una idea en la que se había ocupado Vigeland desde su más temprana juventud. En germen se puede descubrir ésta en numerosos dibujos. A la pregunta de cómo se le ocurrió al escultor la idea del monolito el artista respondía que la idea le surgió de repente. Contaba que una vez llevaba él en su mano la fotografía de su gran relieve “La resurrección” enrollada con la representación hacia fuera, de tal forma que se le desplazó de la mano y se estrechó por arriba y de este modo tomó la forma de un cono. Este suceso parece ser que le daría la inspiración para crear su célebre monolito, una composición de apretadas figuras humanas de bulto redondo en granito, para la cual hizo numerosos bocetos hasta alcanzar su resultado definitivo. Con ella creó una obra sin igual en el mundo del arte.

El resultado son 121 figuras humanas que se apelotonan; trepan unas hacia arriba, otras, son aplastadas. Unas ayudan, otras son auxiliadas. Unas han renunciado a la lucha, mientras otras se encaminan jubilosamente hacia la luz. Cada uno puede darles el significado que quiera.

El bloque pétreo pesaba 260 toneladas y el monolito tiene 17 metros de altura. Carlos D’Ors continúa diciéndonos:

Cuando nos ponemos delante de esta obra de Vigeland, nos sentimos pequeños e indefensos. Las palabras no nos sirven para describir lo que subyuga a la vista. El monolito es, posiblemente, el punto más alto en la creación de este genial artista, la cima de su vida artística, la coronación de su parque, el “crescendo” de su sinfonía sobre la vida.

Hans P. Lodrup escribe conmovedoras líneas sobre esta obra:

“El monolito es una apoteosis de la humanidad toda que lucha y sufre, una simbólica representación de la vida en la tierra en su más profundo y múltiple significado. Da lugar a muchas interpretaciones y significados: la lucha de la vida; la lucha de nuestra existencia; el anhelo hacia las estrellas; la búsqueda de los hombres por elevados conocimientos del cielo y de Dios; la transición de la vida en la tierra a una más elevada existencia. Todo esto vive en esta maravillosa obra artística. El joven y el anciano, el niño y el adulto están representados en continuo movimiento hacia arriba y hacia lo alto. Uno ayuda, el otro es ayudado; unos se apretan desconsideradamente sobre otros; otros se retuercen en penas; otros flotan en su espiritual estado de felicidad; nuevamente otros caen; otros trepan a la punta. Algo de la omnipotencia de la Naturaleza nos atrapa al contemplar esta columna de piedra en la que la inconcebible múltiple creatividad del artista alcanza su punto culminante.”

El propio Vigeland decía de su obra; “Esto es divino”. Es un regalo. No es uno dueño de ello. No está uno subordinado a su voluntad. La creación artística no es ningún juego, es un sufrimiento. Cada uno puede interpretar este monolito como quiera. Esta es mi religión.”

Conmovedora es la punta o vértice del monolito, en donde Vigeland ha esculpido a mujeres y niños que se extienden hacia el cielo, el sol y hacia la luz. Vigeland quería ante todo que hubiera niños en la cúspide, porque el niño está en la cima entre los mortales, va más lejos, está más cerca de Dios. A pesar de que ningún visitante puede alcanzar a ver las figuras más elevadas del monolito, el escultor las ha modelado con infinita paciencia y al modo de un artista medieval, al preguntársele que porqué se daba tanto afán en ello, contestó: “¡Dios lo ve!”. En este sentido trabajaba Vigeland. Y no aceptaba ninguna falta.

El monolito se alza como un símbolo del consuelo y de la esperanza. Nos revela la esperanza en una vida en el más allá, la aspiración a la liberación de lo terrenal y al triunfo de lo espiritual. Nuestro espíritu pervive en las generaciones venideras y se alza de nuevo hacia lo alto en la larga cadena que conduce a la eternidad.

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